A raíz de la obtención del bronce por la selección femenina U17 3×3 en los Juegos Sudamericanos de la Juventud, y luego de pasada la emoción inicial, me surge reflexionar sobre el camino que estamos transitando desde hace bastantes años y del que, luego de varios tropezones, se empiezan a ver los frutos.
Por: Juliana Dibarboure (opinión).
Para los que no me conocen, debo presentarme. Soy Juliana Dibarboure, tengo 28 años, y juego al básquetbol desde que tenía 7. Mi primera experiencia internacional a primer nivel fue en el Sudamericano de Selecciones en 2010 que se jugó en Santiago de Chile. Si sacan cálculos –calculadora o no mediante- podrán saber que en ese año tenía 21. Demasiado tarde. Demasiados años compitiendo a nivel nacional, en una liga que prendía cada vez más de un hilo.
Cuando hablo con todas estas niñas que crecieron compitiendo con varones, y gracias a eso, tienen otra intensidad y otro ritmo de juego, y les cuento que cuando yo era chica había competencia femenina en todas las categorías, que había jornadas en las que se jugaba desde mini hasta mayores de forma ininterrumpida, no lo pueden creer. Para ellas eso es impensado. La mayoría de esas nenas crecieron compitiendo de forma mixta, en los torneos de formativas masculinos. Y las pocas que formaron parte de un equipo femenino, tuvieron que soportar años de entrenar todo el año para jugar únicamente en encuentros que, muchas veces, eran organizados por dirigentes, entrenadores y hasta padres con mucho corazón y voluntad.
¿Y nos preguntamos por qué no nos tratan igual que a los hombres? Es imposible. ¿Qué club nos va a prestar la cancha cuando somos 5 para entrenar? Perder una hora de cancha por 5 mujeres que quieren jugar al básquetbol, por más que sea su mayor pasión, lo que más disfrutan en su rutina diaria, es una locura. Pero, a su vez, ¿cómo sumar más chiquilinas a jugar, con una competencia interna tan pobre para ofrecerles? ¿Qué motivación puede tener una niña para venir a entrenar al basket y jugar 3 encuentros en todo el año, cuando deportes como el handball o el volley les ofrecen competencia todos los fines de semana? Ahí entramos en el primer punto a mejorar: la competencia interna.
Yo jugué toda mi vida en el Club Malvín, al cual le estoy sumamente agradecida y sigo considerando mi casa. Sin embargo, en los últimos años no competí en el primer equipo femenino de Malvín. ¿Las razones? Mejorar la competencia interna. Como la gran parte de ustedes sabrá, Malvín hace 14 años seguidos es campeón en femenino. No hace falta explicar por qué siendo de las pocas pivots de esta liga (terminé siendo una bastante mediocre, por cierto, pero sigo siendo lo que hay), decidí irme, y unirme a clubes como Capitol el año pasado, que tenía una nueva camada de niñas con muchísimo talento, sin ninguna referente en el equipo. Fui su “abuela” durante un año y fue de las experiencias más lindas que me regaló este deporte. Hoy muchas de ellas están por jugar su primera final integrando el equipo de Defensor Sporting.
Más allá de todo, paso a paso hemos ido mejorando, y como decía, por suerte finalmente se empiezan a ver los frutos. En el día de hoy comienza una final televisada, con cobertura radial y con estadísticas en vivo. La forma de disputa del torneo este año ayudó y mucho, dado que se jugaron muchos más partidos parejos tanto en la serie de arriba como en la de abajo. Y otra cosa, este año realmente se respetó el calendario, se jugó todos los fines de semana. Nunca en mis 21 años de basket había terminado un campeonato en octubre. Es más, alguna que otra vez se definió entre navidad y año nuevo, o incluso el año siguiente. Y con esto no quiero criticar a la gente que en su momento estaba a cargo, que se entienda: estaban peleando por cosas mucho más esenciales. Con suerte teníamos una liga y podíamos jugar. Las personas que colaboraron en todo esto son muchas, y no las voy a nombrar, porque ya les he agradecido en múltiples oportunidades todo lo que dieron y siguen dando por nosotras. Y lo mejor de todo, es que de a poco se va contagiando, vamos sumando más y más gente dispuesta a contribuir con lo que es nuestra mayor pasión: jugar al basquetbol.
¿Por qué una niña de 15 años no puede soñar con ser jugadora profesional de básquetbol? Hoy en día, eso es posible. La globalización y las redes sociales han hecho que hoy estas nenas enfrenten otra realidad, y tengan posibilidades con las que nosotras soñábamos. Las de mi generación que lo lograron, que son varias, lo hicieron en edades ya avanzadas para lograr trascender a nivel internacional y llevar una carrera realmente fructífera. Hoy las niñas pueden irse en edades tempranas, a jugar en un high school, en una universidad, o en otro país, donde seguramente se juegue a otro nivel y las posibilidades para desarrollarse sean otras. Y lo pueden aprovechar. Dejar la familia, los amigos, no es nada fácil. Dejar tu país, tu casa, por un sueño: ser jugadora profesional.
Tengo claro que todo proceso lleva su tiempo y que no se puede pretender cosechar un grano sin realizar antes la siembra. Y sobre todo, sin tener la paciencia para regar la planta día tras día, durante muchos días, y ver cómo va creciendo de a poco. El proceso que empezó hace años sigue en pie. Y ahora cuenta también con la vinculación de muchas de nosotras dando todo lo que podemos por ellas, desde otro rol, para que las cosas que falten sean cada vez menos y ellas tengan menos cosas por las que preocuparse. Para que puedan crecer, entrenar y desarrollarse, y lleguen a ser mucho mejores que nosotras. Para que cada vez haya más chiquitas picando una pelota. Para que cada vez más mujeres se animen a romper barreras, porque lo que hace falta es solo eso: animarse a más.